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Tres documentales sobre religiosidad popular - Comentario de Isabel Cabrera

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Tres documentales sobre religiosidad popular
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Comentario de Isabel Cabrera
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COMENTARIO A TRES DOCUMENTALES: “EL NIÑO FIDENCIO” DE JUAN FARRÉ, “LA SANTA MUERTE” DE EVA ARIDJIS Y “EX-VOTO PARA TRES ÁNIMAS” DE DIEGO RIVERA.

por Isabel Cabrera (IIF/UNAM)

 

Hoy han tenido la suerte de ver tres excelentes documentales que giran en torno al tema de la religión, o más precisamente, de la devoción religiosa. Los tres nos hablan del anhelo humano de que exista algo en lo que confiar y esperar alivio, salud, justicia o compañía; los tres documentales inciden en la expresión y captura de los sentimientos y actitudes que genera la esperanza religiosa, y los tres lo hacen de una manera distinta.

El primero de ellos, titulado “Niño Fidencio” de Juan Farré Rivera recoge estos últimos años de la devoción Fidencista. Como sabemos, el Niño Fidencio es un extraño personaje de la época posrevolucionaria que emigró a Espinazo, Nuevo León donde se instaló la última década de su vida para curar a los más desesperados. Dada la falta de recursos y la ignorancia circundante, Fidencio curaba a sus devotos con técnicas poco ortodoxas: los mojaba, los columpiaba, los tocaba y los hacía hablar, cantar y bailar, y algunas veces los operaba con un trozo de vidrio para extraer tumores. Fidencio es pues un curandero y es su capacidad de sanación lo que le ha dado el halo de sacralidad que desde entonces lo recubre. La devoción fidencista es un ejemplo claro del sincretismo, en ella hay una mezcla de elementos eclesiásticos tradicionales: las imágenes del propio Fidencio dentro de la aureola de la Virgen de Guadalupe, o la presencia de algunos sacramentos típicamente católicos como la misa, la comunión, o bautizos y casamientos, y por otro lado el culto también incluye elementos propios, como los extraños métodos de curación que antes hemos mencionado en particular la charca donde se zambullen los creyentes y el continuo contacto físico que mantienen las materias o curanderos con sus pacientes o devotos. De cualquier manera, la característica peculiar de esta devoción es que está centrada en la salud, la fe fidencista fue originalmente y sigue siendo el ISSSTE de los más miserables, de aquellos que no tienen otros medios para aliviarse y buscar consuelo frente al dolor. Y esto es lo que convierte a Fidencio, como dice Felipe Montes su “evangelista oficial ”, en un Mesías posmoderno.

Farré construye su documental básicamente con entrevistas: contemporáneos de Fidencio, representantes de las Iglesias Fidencistas, devotos actuales y algunos teóricos, entre los cuales podríamos destacar tres voces especialmente lúcidas: la del cineasta Nicolás Echevarría, creador de un magnífico documental anterior sobre el mismo tema, la del obispo de Saltillo Raúl Vera López y la de la historiadora Ernestina Lozano, voces que rompen con su respeto y sensatez la trágica ignorancia que envuelve este culto, alimentado por la desesperación y el abandono. Pero es el conjunto de testimonios que van desfilando ante nuestros ojos lo que logra dar una visión suficientemente profunda sobre el fenómeno: su origen, su naturaleza, su fuerza y las contradicciones que lo habitan. El documental no sólo ofrece datos y consigna las prácticas que surgen de esta devoción de desesperados, sino también incluye interpretaciones, lecturas sobre estos datos y estas prácticas; y ello lo hace especialmente valioso a nivel antropológico. Farré no nos impone una interpretación sino que nos ayuda a formarnos una opinión propia.. Por ello y a pesar de tener la carga de un glorioso antecedente en el film de Nicolás Echevarría sobre el mismo tema, este documental aporta cosas nuevas y representa un valioso y excelente material.

El segundo documental, “La Santa muerte” de Eva Aridjis nos traslada del ámbito de una religiosidad rural, centrada en el tema de la salud, a una religiosidad esencialmente urbana y centrada en el tema de la justicia. La santa muerte es un culto que parece tener muy longevos antecedentes, ya que se cree que es una mezcla que surgió en los años 60´s entre la Cuatlicue y San Bernardo de Clairvaux, pero ha adquirido su fuerza en los últimos años y cuenta hoy día con 2 millones de devotos, una cifra que crece cada día. La imagen es, como podríamos esperar, la de un esqueleto al que se le viste y venera ofreciendo muy diversas cosas (velas, alimentos, tabaco, alcohol). Otra vez aparece el secretismo que mezcla elementos de la religión oficial cristiana como el rosario, los altares y las ofrendas con elementos propios de esta religiosidad como la imagen misma de la muerte o los tatuajes de sus devotos. El documental se construye, como el anterior, a base de entrevistas, aunque en este caso, mayoritariamente a devotos del culto y alguna voz de la Iglesia oficial. Su ámbito de entrevistas no es tan amplio como el del documental anterior pero la cercanía con los entrevistados, su sinceridad y su valentía compensan esto.

A la Santa Muerte se le llama “la flaquita” o “la niña blanca” y sobre ella se acentúa un rasgo especialmente interesante: es justa, se lleva a todos por igual, ricos y pobres, víctimas y verdugos. Esta énfasis en la justicia –o del tipo de justicia del “ojo por ojo y diente por diente”- es un toque muy importante de un culto que muchas veces se califica desde la ortodoxia como “satánico”. Y aquí, como en el caso del Niño Fidencio, se concilia la fe alternativa con la fe heredada. Los devotos de la Santa Muerte también son Guadalupanos, o también hablan de Dios. Pero a diferencia de la figura de Fidencio, a quien muchas veces se asocia con Jesús, en este culto la figura de Jesús no parece estar presente: la deidad venerada es esencialmente femenina. Se trata a la Santa Muerte –como dice el sacerdote de la Parroquia- con ternura, de manera similar a como se trata a una mujer y es curioso, llama la atención cómo se le atiende, viste y desviste, se le perfuma, se le ponen aretes, y entre las ofrendas se le llevan danzantes y mariachis. Ello no sucedería si fuera una deidad masculina. Otra cosa que puede estar detrás de esta cercanía es el hecho de que se trata finalmente de algo que traemos dentro. Todos tenemos un esqueleto y en este sentido, aunque resulte extraño cargamos nosotros mismos a esta deidad, somos ella. Esto genera intimidad, no se trata de un dios lejano, cubierto de virtudes inalcanzables frente al cual somos poca cosa, sino de un hecho desnudo que nos sucederá a todos: la muerte; deificarla parece una manera de conjurar los miedos.

Además el documental nos hace saber cómo la mercadotecnia va apoderándose del culto: hace 4 años se pusio el altar en Tepito y ya hay una serie de personas que viven en torno a esta devoción, ya sea vendiendo imágenes o velas, vistiendo las imágenes o conduciendo los rosarios; también en las cárceles hay quien gana dinero por pintarla o por tatuarla. Pero lo que más llama la atención de este culto es la imagen misma de la muerte, su asociación casi natural con la justicia. Se dice que la “santa muerte” es muy milagrosa, “rompe los hechizos”, ayuda a vengar a los muertos. Ella también cura y protege pero, a diferencia de Fidencio, su acento está en la equidad, y se asocia a crímenes e impartición de justicia. Por ello aparece en un barrio “bravo”, en las cárceles y centros de readaptación social, entre delincuentes, entre homosexuales, y entre los más desprotegidos frente a la corrupción policial y el abuso de poder.

Por último, el tercer documental, “Exvoto para tres ánimas” de Diego Rivera Khon es completamente diferente. En él también se aborda el tema de la religiosidad popular y se centra en la devoción pero su propósito, más que consignar prácticas religiosas, es comunicar sentimientos íntimos: en particular un círculo: la esperanza, la desilusión y otra vez la esperanza, vemos al boxeador rezar antes de la pelea, a la paciente cardiaca rezar antes y a pesar de no haberse obtenido todo el éxito esperado en la operación, y al pescador rezar al final. Comunicarse con Dios no es aquí un acto social, como en los casos de Fidencio y la Santa Muerte, sino sobre todo un acto íntimo. El documental comienza con un altar y termina en un altar, y nada de lo esperado sucede, el boxeador pierde la pelea y vuelve a su trabajo lavando trastes, la paciente no termina de curarse y el pescador nada pesca, pero no por ello la devoción los abandona. Dios más que un padre generoso es una soledad íntima de la que se parte y a la que siempre habrá de volverse.

El lenguaje de Rivera es, a diferencia de los anteriores, esencialmente visual, los cambios entre una historia y otra también son goznes sensoriales: Rivera transita a través de luces, colores, texturas y el sonido de la campana de un ring, va de una a otra historia creando un diálogo cinematográfico entre ellas a pesar de que en principio no tienen nada que ver. Su trabajo nos ofrece imágenes de gran calidad acompañadas de un sonido ambiental y salvo en una ocasión no hay palabras que podamos distinguir, porque las palabras poco importan, son las actitudes corporales, los gestos los que nos comunican sentimientos, emociones y actitudes. Este documental no es, como los dos anteriores, un compendio de información y por ello no debe compararse con ellos. Lo que pretende su autor es más bien construir un discurso poético visual que nos transmita la situación de sus personajes, que nos invita a acompañarlos en sus anhelos y decepciones. El mismo es una ofrenda, un poema visual, como decíamos, para dar testimonio de que a veces la devoción más honda es la devoción callada.

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