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"Bola Ludens" de Francisco Palma - Una pasión solar por F. Mejía Madrid

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"Bola Ludens" de Francisco Palma
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Una pasión solar por F. Mejía Madrid
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Una pasión solar

Fabrizio Mejía Madrid

Como a ningún otro deporte, al futbol se le toma como indicio de una manera de ser nacional: las defensas italianas tienen reminiscencias de las murallas romanas, los ingleses juegan con rigidez, los alemanes con disciplina, los argentinos hacen todo tipo de trapacerías y hasta meten goles con la mano, los brasileños son despreocupados y lucen sus habilidades rítmicas.

Las fotografías de Francisco Palma Lagunas ---nombre que envidiarían los personajes de García Márquez--- me dejan claro el indicio de lo mexicano en los balones: su carácter cósmico. No importa si es el jockey purépecha, el tenis mixteco, o el futbol de antebrazo que se juega en Sinaloa, las imágenes alcanzan a decirnos que detrás del imaginario de hombres o mujeres jugando con un balón existe la intención de reproducir el misterio de los astros, el día y la noche, los cometas. Para los mexicanos el futbol sería, entonces, una pregunta sin respuesta. Un miedo cósmico, una fiesta de las incertidumbres, una lucha que va más allá de lo deportivo, mucho más arriba, en las constelaciones. El futbol es el deporte nacional, no porque seamos buenos para ello, sino porque no podemos evitar preguntarnos por nuestro lugar en el universo. Claro, y cuando perdemos, que es tarde o temprano en los octavos de final, siempre sonará el inconsciente de la soledad y el laberinto: ¿No sabemos ganar? ¿Perder es una religión mexicana, la de echarle ganas?

Encuentro en las bellas fotografías de Francisco Palma Lagunas una explicación a ese otro presidencialismo: pensar que el entrenador del equipo es responsable de que se gane o de que se pierda. Queda ahí la intervención de los curanderos que dan peyote a los competidores de la carrera con pelota de los tarahumaras. Compiten entre ellos, los curanderos, a través de los jugadores. Duelo de magias, tácticas, conjuro de la fuerza del otro. Y las fotos nos devuelven de muchas maneras a lo esencial del juego con balón: en el fondo se trata de la celebración de una guerra. Una guerra que no sólo se juega en las canchas importantes con franquicias de zapatos deportivos atrás, y federaciones nacionales adelante, sino que se desarrolla todo el tiempo, en las calles, los parques, las playas, los lotes baldíos por todo el mundo. Una guerra que tiene reglas tan variadas como la comunidad que la juega: el equipo y su contrario. Una guerra que sigue teniendo dimensiones épicas para los espectadores en los grandes mundiales o copas regionales y que sigue teniendo dimensiones épicas para los propios jugadores de la esquina del barrio, la cancha de la primaria, el descampado en la montaña que juegan con lo que sea: pelotas de hule, trapo, un suéter amarrado. A este caso, al de las comunidades indígenas mexicanas, se le aplica un heroísmo más: es el vínculo con la tradición, aunque se sea un mixteco de California. La cosa es jugar. La cosa es seguir jugando al cosmos.

 



 

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