Home Contemporary Mexican Documentary Film Show "Relatos desde el encierro" de Guadalupe Miranda - Entrevista de Tiosha Bojórquez

"Relatos desde el encierro" de Guadalupe Miranda - Entrevista de Tiosha Bojórquez

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"Relatos desde el encierro" de Guadalupe Miranda
Entrevista con Lupita Miranda
Comentario de Florence Rosemberg
Entrevista de Tiosha Bojórquez
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Una Pregunta Ardiente: Entrevista con Guadalupe Miranda

por Tiosha Bojórquez

¿Se puede hablar realmente de un cine antropológico o una fotografía antropológica? Al utilizar estos términos, ¿no estaremos cayendo en un pleonasmo? Más allá del cine documental naturalista y las fotografías de paisajes, e incluso en estos géneros, ¿acaso no son antropológicos todo el cine y toda la fotografía, incluso la centrada en la arquitectura y el diseño industrial? ¿No es verdad que podemos aprender tanto, o quizá más, sobre la sociedad mexicana de mediados del siglo XX viendo una película de Tin Tan o Pedro Infante, que de lo que acerca de los inuit en el legendario documental Nanook, el esquimal (1922) de Robert Flaherty que, para muchos, es la primera “película antropológica” filmada?

El cine, incluso de ficción, puede utilizarse como documento etnográfico. Si bien las hiperbolizadas imágenes que la mayoría de las veces se nos presentan en la pantalla son meras evasiones, distorsiones de la realidad, esta evasión y distorsión es también significativa para el analista, pues muestra el ethos de la sociedad de la electricidad y la imagen de la que hablé ayer, después de la presentación de la película De Nadie; muestra a los inexistentes “ciudadanos perfectos” que habitan en la República Virtual Mediática.

Poco a poco, la academia se da cuenta de que el estudio del ser humano es la actividad de todo aquél que reflexiona sobre la vida y que en toda producción cultural está presente, como microcosmos, el macrocosmos del entramado simbólico en el que habitamos y que el investigador ruso, Iuri Lotman, definiera como “semiósfera”. El trabajo de Guadalupe Miranda busca derribar las barreras que fragmentan de manera artificial la experiencia humana y que, a final de cuentas, son las que nos hacen catalogar en géneros nuestras producciones culturales, de manera que nos sintamos obligados a poner las etiquetas de “antropológico” o “etnográfico” a lo que, simplemente, es cine y, por lo tanto, significativo tanto para el antropólogo como para el etnógrafo.

Como ella dice: “Es importante que las categorizaciones se hagan para explicarnos las cosas, no para separarlas[…] No creo que mi película sea una película antropológica, no la veo como una cosa de Antropología Visual, ni etnográfica. No la puedo poner ahí, porque no creo que [la antropología] sea la única rama que habla de la filosofía humana, de la existencia humana, de cómo sentimos”. Relatos desde el encierro es una película que, mostrando la cotidianidad de un grupo de mujeres presas en Puente Grande, Jalisco, habla sobre la libertad y cómo ésta sólo puede alcanzarse dentro de uno mismo, aun cuando se esté en la cárcel.

Como dice Lupita: “Lo que me motivó a hacer este documental fue una exploración interna de lo que significa la libertad para mí […], tocarla, que no sea una idea abstracta […] Uno realmente es una sola cosa, no eres estudiante, mujer, hija, eres todas esas cosas[…] Ser libre es ser tú sin tener miedo a cagarla, [es] decir lo que piensas, hacer lo que piensas, ser congruente, asumirte, verte, observarte y ser, nada más ser […] Tú no controlas nada, fluyes”.

Paty, Konny, Blanca, Jazmín, Karla, Rocío, Cerón, Vero, Madreselva, César, Mariana, las mujeres que aparecen en esta película, muestran una enorme intimidad con el equipo de producción. Y alcanzar este nivel de confianza, como sabemos los que hemos hecho trabajo de campo, no es fácil. Antes de este documental Lupita había hecho ya otro, titulado Las compañeras tienen grado, acerca de las mujeres zapatistas integrantes de la guardia del subcomandante Marcos y, desde entonces, sin formación antropológica alguna, comprendió que para obtener entrevistas significativas era necesario establecer relaciones honestas, de cercanía, con las personas con la que iba a trabajar.

En palabras de Lupita: “Sentarse y platicar, terminar hablando de los novios, acercándote, compartir el atún pues, muy, muy de cerca, es la única manera de acercarte a alguien, planteando: ‘no me interesa saber qué hiciste, sino quién eres y cómo estás y qué sientes’[…] No te puedes disfrazar, de que ‘ahora soy el campesino’; no, yo soy una chava de la ciudad y digo ‘chingar’ y digo ‘pinche’, no puedes dejar de ser tú… particularmente en esta situación, porque eso automáticamente te anula. En la cárcel, de lo que se trata es de quién tiene más recursos para sobrevivir[…] es una competencia por sobrevivir; quien se enoja y llora primero, ése es el que pierde”

Para Relatos desde el encierro, Lupita Miranda estudió una amplia bibliografía relacionada con el encierro y el sistema penitenciario. Tomó un curso de criminología y, antes de comenzar a filmar, organizó un taller de fotonovela en Puente Grande que duró ocho meses y en el cual, de acuerdo a la “química” que estableció con las mujeres que vemos en pantalla, estableció bases sólidas para llegar a la filmación. No sólo como cineasta o investigadora, sino como “observadora participante” en el mejor sentido del término: conviviendo ampliamente y compartiendo proyectos creativos, relacionándose con empatía con sus entrevistadas, rompiendo con la fragmentación implícita en la noción del “Otro”.

En Relatos… Lupita habla sobre “cómo se siente estar encerrada, qué se siente físicamente”, dándole preponderancia al cuerpo y la experiencia fisiológica, pues, como nos dice, “[en la cárcel] se sale el volcán, porque ellas son un volcán, porque todos somos un volcán[…] A final de cuentas, el alma humana, lo que somos, nada lo toca”.

A mí parecer, Relatos… es una película estructurada en dos secciones; en la primera la mitad la sonrisa es el punctum, como diría Roland Barthes, aquello en donde se centra la atención. Durante la primera mitad de Relatos…, las entrevistadas hablan de realidades verdaderamente trágicas con las sonrisas más angelicales. Por ejemplo, Konny menciona que le gusta cambiar y por eso al principio estar presa no le parecía tan duro, “se le hacía como un colegio de señoritas”; Rocío muestra una sonrisa enorme al contar que la agarraron “con 350 kilos de marihuana”, o al hablar sobre la protesta que organizaron cuando querían correr a la “Lic. Natasha”, durante la cual incluso secuestraron funcionarios.

Acerca de esta sonrisa, Guadalupe Miranda comenta: “Yo me quedé muy sacada de onda con esta sensación de tristeza, de profunda tristeza que te da el estar ahí. Pero tú te puedes estar riendo todo el día; en verdad, quedas con dolor de panza con todo lo que te ríes, porque han desarrollado una ironía y un sentido del humor de lo más ácido, corrosivo. Todo el día se están riendo de lo que les pasó, de lo que hicieron, de lo que les va a pasar. Se cagan de la risa de que todavía les faltan ocho años. Porque no tienes de otra, tú te ríes por no llorar, porque es ‘no nos vamos a dejar’, es esta resistencia. Para mí, la película es una película de cómo se aprende a sobrevivir[…] a disfrutar en lo que se pueda de la vida; a mí me gusta irme al lavadero e imaginarme que estoy en la playa, ése es un espacio que creo para sobrevivir”.

Sin embargo, hacia la segunda mitad del documental, se percibe una transición de la “sonrisa” al llanto, del aplomo al “carcelazo”. Relatos… jamás cae en el lugar común de la violencia y la anomia que caracterizan a la mayoría de las películas sobre la cárcel; sin embargo, después de dos años de edición al lado de Lucrecia Gutiérrez, Guadalupe Miranda logró transitar de los tonos rosas, el espacio íntimo de las reclusas, el baile y la sonrisa de la cual hablamos, hacia la opresión del sistema penitenciario. En palabras de Lupita, en términos de estructura, su película es: “Una espiral, que empieza abierta y se va haciendo como un cono encaminado hasta el vacío, hacia el abismo, que el abismo es realmente donde ellas [las reclusas] se sitúan. Un abismo que siento con una sonrisa, que vivo con una sonrisa, que vivo adentro de mí, tratando de sonreírle al mundo y verme al espejo con una sonrisa. Porque no nos vamos a dejar, no vamos a dar ni un paso atrás,[…] que es lo mismo que dicen los zapatistas”.

El proceso para la realización de Relatos… fue largo y, como se dijo, si bien la realizadora no tiene formación como antropóloga, ni tampoco considera que su película sea “antropológica”, en la mejor tradición de la antropología dialógica llevó el documento terminado a una proyección en la cárcel, donde algunas de las protagonistas que aún permanecen encerradas, como Cerón y Konny, pudieron verse. Otra de las protagonistas, Rocío, ya liberada, acudió al estreno de esta película en el Festival de Cine de Guadalajara y, a más de siete años de haber filmado, Lupita aún mantiene contacto con la mayoría de las mujeres que vimos. A mi parecer, como antropólogos, podemos aprender mucho de esta metodología y sobre todo, del compromiso mostrado en la producción de Relatos desde el encierro.

El texto que he presentado es producto de una entrevista que llevé a cabo el pasado ocho de agosto con Guadalupe Miranda. Como ella no puede estar aquí hoy, decidí usar el tiempo que se me asignó en estas Jornadas de Antropología Visual para presentar este pequeño ensayo/entrevista, intentando trasmitir la pasión, la “pregunta ardiente” con la que está hecha esta película… así nomás, ‘película’, sin otras etiquetas. Muchas gracias.

 



 

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