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Etica y documental etnográfico

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con_la_cruz_en_los_labios_webLa dimensión ética en el documental etnográfico

Antonio Zirión P.

Esta ponencia es una reflexión acerca del papel que juega la ética en el proceso de creación de todo documental que intente representar cuestiones vinculadas con lo humano. En general, la ética se ocupa de la posición que asumimos frente a las demás personas y frente al mundo que nos rodea. En lo que concierne al documentalismo, la dimensión ética se refiere sobre todo a las relaciones que se establecen entre el documentalista, los personajes y el público que verá la película.

Trataré de argumentar que la ética se convierte en una especie de variable indeterminada, que nos puede conducir por muy diferentes direcciones y que tiene un peso significativo en la producción documental; y como tal, demanda una importante responsabilidad por parte del realizador y merece una consideración cuidadosa a lo largo de las diferentes etapas de producción, desde la planeación del proyecto, la investigación, el trabajo de campo y la filmación, hasta la edición y la difusión del producto final.

De ninguna manera pienso proponer un código ético a la manera de un manual práctico para documentalistas. La dimensión ética, aunque basada sobre ciertos principios fundamentales, puede adoptar muy diversos perfiles y casi siempre se manifiesta en forma de dilemas y plantea paradojas para el documentalista, ante los cuales no hay una única salida, sino un abanico de múltiples opciones, algunas tal vez más adecuadas que otras. Estoy convencido de que en materia de ética no hay cabida para reglas ni fórmulas canónicas. Entonces, mi propósito aquí es simplemente promover la reflexión sobre la ética y cobrar conciencia de las implicaciones morales de nuestra labor como documentalistas.

Debo decir que no soy ningún especialista en ética ni en filosofía; muchísimos expertos podrían orientarnos en el tema mucho mejor de lo que yo pudiera aspirar a hacer. Solamente pretendo compartir algunas experiencias, tanto de mi propio trabajo desde la perspectiva de la antropología visual, como de otros proyectos documentales, que entrañan cuestiones éticas significativas. Discutiremos, sobre la base de casos concretos, algunas cuestiones éticas que salen a relucir en ciertos documentales mexicanos contemporáneos, de los que mostraré breves fragmentos para después abrir el debate. Dada mi formación como antropólogo, me referiré sobre todo a documentales de corte etnográfico, o sea, a obras audiovisuales que son producto de encuentros cercanos y directos entre personas, sean de distintos grupos sociales o de la propia cultura, documentales que, intencionalmente o no, representan la alteridad y diversidad de lo humano.

 

Breve introducción a la ética

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Los orígenes de la noción de ética se remontan a los filósofos griegos. Sócrates, Platón y Aristóteles fueron los primeros en preguntarse por la dimensión ética de la condición humana. Para una esclarecedora exposición sobre este tema recomiendo ampliamente el libro Ética y libertad de la filósofa mexicana Juliana González (quien recientemente recibió el doctorado honoris causa por parte de la UNAM). En estas notas recupero algunos de sus planteamientos que considero muy importantes.

Según esta autora, el ethos es una especie de segunda naturaleza en el hombre que lo hace diferente del resto de los seres vivos; el ethos puede entenderse como una morada, nuestra vida interior, personal, que reúne nuestras emociones, sentimientos, nuestros pensamientos, ideas y vivencias de conciencia, y que se manifiesta especialmente en nuestra interacción con el resto de los seres humanos y el mundo. El ethos es la base sobre la que se sustentan nuestras relaciones personales, nuestra vida colectiva y social, y es un componente fundamental de nuestra cultura e identidad.

La ética, entendida como disciplina teórica que tiene por objeto el ethos, se ocupa de los fines y medios de la vida práctica, desde la perspectiva de su valoración moral, es decir, respecto de lo bueno y lo malo, lo mejor y lo peor. Esto implica la asunción de un fin último (que en términos abstractos, sería lograr una vida más justa y digna para todos), así como una serie de pasos o medios para alcanzar dicho fin. En este terreno entran en juego un conjunto de disposiciones de nuestro ethos, de nuestra naturaleza moral, que nos llevan a emitir juicios de valor sobre las acciones y conductas humanas, tanto propias como ajenas, de acuerdo con sistemas de valores que conforman lo que se llama un código moral. En la práctica, no hay un código moral único, sino que existen diferentes sistemas morales que proponen diferentes lineamientos, normas y valores, por ejemplo las distintas morales religiosas.

La condición fundamental de la moral o del ethos es sin duda la libertad. De acuerdo con Juliana González, estamos condenados a ser libres. La libertad se puede entender en contraposición con la necesidad; es la capacidad de opción, de valoración, de decisión, en medio de múltiples alternativas y posibilidades abiertas. En lo humano siempre existe cierta indeterminación y espontaneidad. Los animales se conducen por necesidad, siguiendo sus instintos; su conducta es involuntaria, naturalmente determinada. En contraposición, tenemos la capacidad humana de iniciativa, de conciencia moral, de intencionalidad, por lo que nuestras acciones están siempre dirigidas a ciertos fines que trascienden el condicionamiento biológico.

No tenemos opción, estamos obligados a decidir. Incluso la no decisión es una forma de decisión, y por lo tanto, lleva consigo una postura ética. Aristóteles decía que siempre tenemos el poder de actuar o de no actuar, de decir que sí o decir que no. Incluso la omisión es una forma de acción. La libertad, por la indeterminación radical que entraña, en ocasiones nos puede producir angustia, vértigo e incertidumbre, como si estuviéramos ante cierto vacío. La libertad es un componente esencial del hombre, se presenta como una amplia gama de posibilidades y elecciones, y por ello, dice Juliana González, “no hay ética sin libertad”. Es decir, somos en gran parte responsables de nuestro propio destino y no podemos escapar a esta responsabilidad. Toda persona, toda vida humana es un proyecto en continua construcción, en constante realización y cambio.

Como en cualquier otra esfera de la vida, en la realización de un documental cargamos con esta libertad. En virtud de ello, a lo largo del proceso tenemos que tomar muchas decisiones sobre nuestra relación con los personajes y con la audiencia. Por ejemplo: si dejamos o cortamos una escena muy violenta o muy íntima; si denunciamos o no algo que atestiguamos; si apagamos la cámara cuando nos lo piden o fingimos hacerlo pero la dejamos rodar; si observamos a alguien desde lejos, espiándolo con el zoom o si nos acercamos demasiado para interrogar, invadiendo el espacio privado de la gente; si simpatizamos o enemistamos con nuestros personajes; si filmamos una golpiza en vez de intentar frenarla; si ofrecemos un pago a los sujetos para que sean nuestros personajes; si pedimos que alguien haga algo sólo para la cámara; si recreamos algún momento clave que se nos escapó, etc. Todo este tipo de decisiones encierran un componente moral, formando parte de la responsabilidad ética del documentalista, y se reflejan inequívocamente en el resultado final.

Resulta urgente reflexionar sobre la vigencia de la ética en el mundo contemporáneo, sobre su pertinencia para entender y orientar las prácticas y relaciones humanas, con miras a la construcción de un pensamiento ético adecuado para nuestra época, que reconozca antes que nada el dinamismo y la pluralidad inherentes a lo ético y a todo lo humano. Atravesamos por una crisis de la libertad y la dignidad humana, donde el factor ético está siendo relegado por factores políticos y económicos. Hoy más que nunca, en medio de tantos conflictos bélicos y frente a los grandes retos ambientales, hace falta promover la conciencia moral y ejercer la responsabilidad ética. (Sin confundir esta responsabilidad con el seguimiento estricto de un determinado sistema moral.)

 

Lo legal y lo moral en la práctica documental

mujer_acordeon_putoLas consideraciones éticas y legales en torno a la práctica documental remiten a dos ámbitos diferentes, que sin embargo suelen presentarse juntos. Analíticamente, es importante distinguirlos, pero de hecho siempre hay que tomar en cuenta a ambos. En sentido estricto, puede no ser ilegal decir una mentira, hacer afirmaciones a la ligera o incluso acusaciones sin fundamento dentro de un documental; esto puede no ser ilegal pero claramente es inmoral. (Por ejemplo, un documental presentaba información aventurada e inexacta sobre la cantidad de niños de la calle portadores del VIH en la Ciudad de México, exagerando las cifras con fines dramáticos, lo cual generó un gran descontento entre las organizaciones que atienden a esta población, porque reforzaba el rechazo social hacia los chavos callejeros.) En el caso contrario, puede suceder que la información contenida en un documental esté prohibida o sea declarada ilegal, pero su realización sea moralmente intachable. (Por ejemplo, los casos de documentalistas o periodistas que han sido censurados o perseguidos por gobiernos autoritarios o dictaduras en las no hay libertad de prensa o de expresión.)

Uno de los dilemas más relevantes en este terreno se presenta en torno a la tensión entre la libertad de expresión y el derecho a la privacidad. En principio, cualquiera debería ser libre de decir lo que piensa, mientras no dañe moralmente o viole la privacidad de terceros. Sin duda, tergiversar o representar falsamente algo de manera que resulte pernicioso para otros, puede ser tan inmoral como ilegal. Pero aun sin llegar a esos extremos, es innegable la naturaleza intrusiva del acto de documentar; Jean Rouch decía que cada vez que se hace un documental, se viola la privacidad de alguien. Un buen documental debe capturar la esencia de la gente, sus pasiones, sus miedos y motivaciones, y para eso es necesario un acercamiento personal, establecer relaciones humanas basadas en la confianza. Pero la confianza es una especie de contrato no explícito que conlleva ciertas obligaciones éticas, así como consideraciones legales.

En diferentes países existen distintas legislaciones en torno al uso de la imagen de otras personas. En el sistema legal de Inglaterra, por ejemplo, no existe tal cosa como un derecho a la privacidad (cosa que sí hay en EUA o en Francia). Lo que quiere decir que en Inglaterra puedes filmar a cualquier persona adulta en un lugar público; de hecho hay una ley que dice: ninguna persona tiene el derecho de impedir a otra que le tome una foto, tal como no tiene el derecho de impedir que lo describan, siempre y cuando no haya violación de la propiedad privada. (Por eso se dice que Inglaterra es el paraíso de los paparazzi.) Prácticamente no hay limitaciones para capturar la imagen de cualquier adulto, pero sí hay importantes restricciones legales, sobre todo con los niños o por razones de seguridad, por ejemplo no se puede filmar en aeropuertos, estaciones de tren, bancos, cárceles, etc.

Otro tema interesante que recae entre lo legal y lo moral es el del voyeurismo, que implica el problema ético de la violación de la intimidad, el mirar sin ser mirado, el espiar. Por ejemplo, en el llamado “cine directo” de la tradición norteamericana, se realizaban documentales sin involucrarse ni interactuar, intentando ser como una mosca en la pared, estar sin estar, tan solo observar sin participar. Este tipo de estrategias fílmicas tiene implicaciones éticas considerables, que llevadas al extremo generan cuestiones legales que hoy en día el realizador no puede ignorar.

En la era de las telecomunicaciones globales, cuando cada celular es a la vez una cámara y los equipos son cada vez más portátiles y baratos, la producción de imágenes se vuelve cada vez más accesible para más personas. Por otro lado, una imagen puede ser vista por millones y darle la vuelta al mundo en cuestión de minutos. Estas nuevas formas masivas de producción y consumo audiovisual debilitan la importancia de la autoría, propiciando un anonimato que diluye la responsabilidad, tanto del que genera como del que recibe imágenes, y creando un entorno éticamente indefinido e indiferente. La legislación y los códigos morales siempre van detrás de los hechos: primero se suscitan las transformaciones en el mundo y sólo después reflexionamos y actuamos en consecuencia. De esta manera, la base moral y legal tradicional de la producción de imágenes se tambalea ante la revolución tecnológica del mundo contemporáneo, y genera cierto vacío que es necesario llenar.

Hay una serie de problemas nuevos muy propios de nuestro tiempo; con la digitalización de la imagen, surge por ejemplo, la pregunta sobre la propiedad de los contenidos, si los acervos y archivos pueden ser propiedad de empresas de comunicación privada o deberían ser de dominio público, abiertos para consulta de todos. Con la capacidad de reproducción al infinito, aparecen problemas relacionados con la piratería y propiedad intelectual. Desde una perspectiva ética, también es muy importante lo que cada realizador hace con el producto final, el uso que le da al material obtenido.

En suma, la práctica documental implica una vasta red de relaciones humanas; los intereses y perspectivas de mucha gente convergen y se entrelazan. El documentalista debe considerar con cuidado temas como la privacidad, la libertad de expresión, el voyeurismo, la intervención y la inédita capacidad actual de difusión, para no cometer delitos involuntariamente, provocar escándalos sin querer ni afectar la imagen de alguien sin razón. Con esto no quiero decir que haya que ser siempre amable y conciliador. Muchas veces los mejores documentales son escandalosos, arriesgados, se atreven a denunciar situaciones o desenmascarar gente. No digo hacer eso esté mal de entrada; a lo que me refiero es a que si se hace, hay que hacerlo de manera conciente, teniendo suficientes motivos y tratando de calcular las posibles consecuencias, y no hacerlo accidentalmente, por descuido o únicamente por razones comerciales.

 

Coordenadas de la mirada

nia_indigena_urbana_webPara empezar hay que tener presente que el documentalista está siempre “situado”, siempre mira desde alguna perspectiva y no desde otra. Pero lo interesante es que esta perspectiva no sólo responde a coordenadas espaciales, temporales y materiales, sino que además entraña una dimensión moral y social. Considero necesario asumir de entrada el carácter relativo de la mirada y la multiplicidad de perspectivas posibles. Una forma de hacerlo es recurrir a la noción de reflexividad, que se refiere a la capacidad de un sujeto de pensarse a sí mismo. Una mirada reflexiva, entonces, es aquella que reconoce su propio sesgo, su propia subjetividad, es aquella conciente del lugar desde el que mira y del efecto que tiene su propia presencia en el universo al que se dirige. Esta toma de conciencia puede permitirle al documentalista compensar dichos efectos y produce un cambio en su mirada.

En la física se sabe que las partículas elementales, como el electrón y el fotón, se comportan de manera diferente cuando son observadas. Su trayectoria se modifica al mirarlas. En ciertos campos, basta con observar algo para influir en ello. En particular, en el mundo humano la presencia del documentalista con su cámara nunca pasa inadvertida, a no ser que la esconda. Como documentalista hay que estar conciente del impacto —por sutil que sea— que tiene nuestra presencia en la situación y sobre todo en las personas que queremos representar. En lugar de abstraernos de las circunstancias y tratar de pasar desapercibidos, hay que participar e interactuar con la gente. Toda filmación de un documental es un encuentro, una oportunidad de diálogo entre personas. Hay una constante retroalimentación entre quien representa, lo representado y la representación, que puede ser vista como una experiencia, un performance o un experimento de relación social.

Cuando se empezó a cuestionar la supuesta neutralidad de la ciencia y la objetividad de la imagen, se vieron interpelados los principios morales del documental, sus fundamentos, su justificación y su razón de ser. Ahora entendemos el documental como una interpretación, como representación, como construcción, más que como registro fiel, objetivo, exacto, neutral y meramente descriptivo de la realidad. El documentalista poco a poco se libera del viejo fantasma de la objetividad y de la pretensión de neutralidad, del deseo de invisibilidad o de omnisciencia, y asume la subjetividad, el impacto y el sesgo de su mirada. Reconocer estos condicionantes en un proyecto documental nos coloca en un escenario distinto en el que se modifican las relaciones humanas, y con ellas los valores y componentes éticos que rodean la práctica documental. Por eso es importante debatir constantemente sobre estos temas, incorporando distintas herramientas conceptuales, como la teoría del performance, la reflexividad, el cultivo de la empatía y la posibilidad de la auto-representación.

 

Responsabilidad ética, imagen y poder

nia_lagrimas_webEl poder que puede contener la imagen la convierte en un arma de varios filos, que puede ser utilizada como instrumento político de dominación o de liberación. En la historia de México, desde la Conquista hasta nuestros días, la imagen ha servido como herramienta de sometimiento y control, y también como instrumento político de liberación. Se trata de controlar e influir en la realidad a través de las imágenes, capturándola, manipulándola, resignificándola. La cámara no es un instrumento neutral y nunca hay una imagen inocente. La forma como representamos algo, para qué lo representamos y qué hacemos con esa representación, conlleva una carga ética-política.

Es discutible hacia quién o ante quién tiene responsabilidad el documentalista. Algunos piensan que su deber es interrogar al mundo y a la sociedad, y su compromiso principal es con los espectadores; esto es, que deber informar al público sin preocuparse mayormente por los sujetos que filma. En contraposición, otros realizadores conciben el documental más bien como un instrumento de intervención, como una forma de acción social que debe ponerse al servicio de los más necesitados. Y por otra parte, hay realizadores que hacen un documental pensando sobre todo en ellos mismos, concibiendo su trabajo a la manera de la creación artística. Jean Rouch sostenía que uno hace un documental en primer lugar para uno mismo, después para la gente que estudia y en última instancia para el resto del mundo. En mi opinión, lo más sano es evitar caer en alguno de estos extremos; lo deseable sería tratar de equilibrar y conciliar nuestros diversos intereses. Definitivamente, la labor del documentalista es polifacética: tiene un poco de cineasta, un poco de antropólogo, un poco de reportero, un poco de científico, un poco de artista, un poco de trabajador social, un poco de educador; y de cada una de estas disciplinas toma algunos elementos y desecha otros, ajustando las dosis dependiendo del caso.

El problema de ante quién es responsable el documentalista tiene que ver con el hecho de que la creación documental, en cuanto a la relación entre investigador y sujeto, es una práctica fronteriza que oscila entre el periodismo y la antropología. A mi juicio, un criterio importante para distinguir un documental etnográfico de un mero reportaje periodístico, es precisamente el manejo de la responsabilidad moral, su componente ético. El código de ética de un periodista es distinto al de un antropólogo, aunque de por sí la línea que los separa es bastante difusa. Por mi parte, debido a mi formación como antropólogo, confieso que me inclino por hacer extensiva la ética del etnógrafo a la práctica documental, y no tanto la del periodista. Me parece que la ética del antropólogo es más compleja: no eres exactamente un trabajador social cuya misión es ayudar al prójimo, pero tampoco eres un reportero cuya tarea básica es informar; el documentalista etnográfico es algo intermedio y el componente ético de su trabajo es más patente.

Ante el control de los medios masivos de comunicación por parte de unos pocos, se torna urgente usar la imagen para la liberación de conciencias y la afirmación de la identidad. Hoy en día, la tecnología ha permitido que los medios audiovisuales sean cada vez más accesibles para más gente. Surge así la posibilidad de la auto-representación, esto es, de poner los medios al alcance de aquellos a quienes normalmente no escuchamos ni vemos, pero cuyas vidas son reveladoras y representativas, y están llenas de fuerza y significado. Es necesario incluir una mayor variedad de experiencias humanas en el mundo de las imágenes, dar acceso a una gama más amplia de voces. La condición humana es muy compleja como para ser filtrada solamente por la mirada de unos pocos. Necesitamos ver el mundo desde tantas perspectivas como sea posible.

Como documentalistas es cuestionable si tenemos el derecho de juzgar y representar, de hablar de los otros desde nuestra perspectiva. ¿Por qué no dejar que ellos mismos se auto-representen? ¿Pero entonces qué papel nos toca, qué función le queda al antropólogo o al documentalista? Por mi parte, creo que definitivamente tenemos el derecho de dialogar con los otros, de construir conversaciones con ellos. No se trata de decir la verdad acerca de la gente, sino tan solo de crear la posibilidad de entender cómo es y cómo vive. Jugamos un papel más humilde pero nada despreciable: nos convertimos en mediadores o simplemente en interlocutores; somos una suerte de puente que comunica dos universos que de otra manera permanecerían ajenos. Nuestra verdadera misión es la de proveer una plataforma de comunicación. No sólo debemos representar otros mundos, hemos de abrir canales para escucharnos y conversar, lo que Jean Rouch entendía como un cine dialógico o una antropología compartida.

 

Dilemas Éticos

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Decía que la dimensión ética en la práctica documental se manifiesta casi siempre en forma de dilemas o paradojas, encrucijadas en las que se debe decidir qué camino tomar. La práctica documental nos involucra en la vida cotidiana de la gente, nos revela lo mejor y lo peor de los otros y de nosotros mismos. Muy a menudo nos coloca en situaciones problemáticas, ética y moralmente irresolubles. ¿Qué hacer, por ejemplo, cuando las personas que estudiamos realizan actos que nosotros consideramos desagradables, ilegales o inmorales?

Ahora quiero presentar una serie de situaciones que plantean dilemas éticos para el documentalista. Primero un caso imaginario. Un fotógrafo está en un conflicto bélico, documentando el éxodo de mujeres y niños que huyen desplazados por la guerra, intentando cruzar la frontera. Una mujer que carga a su bebé se encuentra a punto de cruzar un río; si llega al otro lado estará en territorio seguro. La mujer se lanza al agua pero tiene muchas dificultades para nadar sin soltar a su hijo. Está siendo arrastrada por la corriente y si permanece así, morirá ahogada. El fotógrafo está cerca de la acción escondido con la cámara lista para hacer una foto representativa del drama humanitario que genera este conflicto bélico. El dilema se plantea entre tomar una serie de fotos muy dramáticas que quizá sacudirían al mundo, crearían conciencia de la situación, posiblemente harían que la ONU mandara un destacamento de cascos azules, con lo cual tal vez terminara el conflicto, se salvarían miles de vidas y el fotógrafo ganaría el premio Pullitzer. La otra posibilidad sería arriesgar la propia vida intentando rescatar a la señora y a su bebé, para ayudarlos a cruzar la frontera, salvar humildemente sus vidas, pero renunciando a la oportunidad de tomar tan importante fotografía.

No todos los conflictos son de vida o muerte, definitivamente hay casos más cruciales y dolorosos que otros. Frecuentemente los dilemas son más sutiles y la carga ética puede no ser tan aparente, sino permanecer oculta detrás de consideraciones diversas. Por ejemplo, en este caso engañoso. Unos periodistas filman un reportaje sobre una niña en situación de pobreza extrema, que no puede ir a la escuela porque no tiene lápiz ni papel. Cuando el reportaje fue transmitido en la TV, hubo muchas quejas por parte de los espectadores, reclamando que hubiera sido mejor ayudar a la niña en vez de filmarla, e incluso más barato comprarle los útiles que necesitaba que producir al reportaje. Sin embargo, a la vez, la transmisión provocó que un grupo de personas formaran una ONG y lanzaran una campaña para combatir la pobreza en esa zona. Lo cual afectó positivamente a un grupo mayor de gente, mucho más allá de la ayuda inmediata a la niña.

 

Consideraciones finales

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El dilema más común para la mayoría de los documentalistas es si intervienen o no en la vida de los sujetos que pretenden representar, y en su caso, en qué medida y de qué manera. A quienes mantienen una postura no intervencionista, que observaban pero permanecían al margen, a distancia, sin involucrarse personalmente con la situación, habría que recordarles que actuar o no actuar en una situación determinada es optar ética y políticamente. Muchas veces permanecer pasivo significa avalar la conducta negativa y hasta perpetuarla. En ocasiones, la presencia del observador alienta o provoca ciertas conductas y su presencia crea nuevos acontecimientos. El hecho de estar llevando a cabo una investigación como científico social, no absuelve al documentalista de su responsabilidad ética y moral, sino todo lo contrario. Siempre hay que asumir plena responsabilidad por los documentales que realizamos, a través de la autocrítica y el autoanálisis, antes, durante y después del proceso de realización.

Intervenir es inevitable, la cuestión es cómo hacerlo positivamente. No es nada fácil saber qué hacer cuando la intimidad y la confianza crecen entre el documentalista y su personaje, cuando uno se sumerge en la vida de la gente, se desarrollan relaciones afectivas, y muchas veces uno se siente profundamente conmovido y comprometido. ¿Qué hacer como documentalista ante el sufrimiento de los otros? Esta es la pregunta que se hace Susan Sontag en su libro, muy recomendable: Regarding the Pain of Others. Cuando uno está filmando la vida de la gente y le sucede alguna tragedia o desgracia, puede haber una pequeña voz en el fondo de tu cabeza que piensa: “esa escena queda perfecto para la película”. Pero otra parte de ti desearía que eso no le sucediera al personaje. Si bien es imposible ser indiferente, tampoco hay que caer en la identificación excesiva. Conviene recordar que ante el sufrimiento ajeno la misión del documentalista es distinta que la del médico, no consiste en aliviar el sufrimiento que presencia, sino en darle voz y proyección. No obstante, entre el documentalista y sus personajes se suscita una experiencia humana compleja, que debería estar regida por la intuición kantiana de nunca usar a los otros “sólo como medio, sino siempre también y al mismo tiempo como un fin”. Como dice Lisa Leeman: “realmente se trata en última instancia de normas de humanidad”.

Este es uno de los grandes retos éticos en la práctica documental: nunca es sencillo saber dónde trazar esa línea, cuándo guardar distancia y cuándo no, dónde y cómo establecer los límites. Ante estos problemas no hay una única respuesta, siempre habrá cierta incertidumbre sobre la manera más adecuada de manejar una situación. No hay recetas ni fórmulas preestablecidas que conduzcan a una única decisión. Definitivamente, para ser buenos documentalistas o etnógrafos hay que ser capaces de soportar cierta ambigüedad moral. Hay que ser flexibles, adaptables y tolerantes, y también es bueno escuchar nuestros propios instintos, seguir las corazonadas y dar espacio a la espontaneidad.

Cada investigador y cada escenario es diferente. Sólo la propia experiencia nos puede orientar; en gran medida se aprende en la práctica y la sensibilidad se desarrolla poco a poco, no se adquiere de golpe. Para entender la naturaleza de la sabiduría que el documentalista debe ir forjando, es pertinente recuperar el modelo de “razonamiento práctico” o fronesis al que se refería Aristóteles, que entra en juego cuando hay que elegir, cuando hay que tomar decisiones en situaciones donde hay caben múltiples opciones. La fronesis aristotélica es el tipo de razonamiento que involucra deliberación, como en el campo de la ética, donde no hay reglas ni normas firmes, sino valores relativos, flexibles y poco específicos que requieren de la interpretación y la cuidadosa ponderación de alternativas. Existen principios guías o lineamientos generales que acotan lo permitido, pero muchas veces son insuficientes para saber cómo proceder en toda situación; casi siempre es necesario adaptar o adecuar esos lineamientos a las circunstancias particulares de cada caso, lo cual implica cierta sabiduría. Existe un gran trecho entre los principios generales de tipo moral y las situaciones concretas, y esta distancia debe ser llenada por cada individuo, haciendo uso de su juicio prudencial. Me parece apropiado entender la práctica documental a la manera de un juego de ajedrez, en el que no sirve de mucho establecer una estrategia fija de inicio, sino que conviene estar atento de las respuestas del adversario, tomar el pulso de la realidad a cada paso.

Los documentalistas esperamos que nuestras películas puedan tener un impacto positivo, que puedan hacer algún bien, como ayudar a entendernos los unos a los otros. La esperanza es que la realidad bien descrita en alguna de sus facetas contribuya a construir un mundo mejor. Para esto, es básico proceder de la manera más honesta, actuar basados en la propia experiencia, deshacernos de prejuicios y preconcepciones, tratando de no manipular a nuestro propio capricho el sentido o el destino natural de los eventos, sin comprometer además nuestros principios ni traicionar nuestros valores. Es importante respetar a la gente que filmamos, al público y a nosotros mismos.

Como documentalistas constantemente nos vemos forzados a decidir, a optar éticamente. Nos confrontamos, conciente o inconscientemente, con nuestra propia libertad de acción y con el sentido moral de nuestros actos. Necesitamos enfrentar nuestras responsabilidades, ser concientes de las consecuencias que tiene nuestra práctica en la vida de otras personas, desde los sujetos filmados hasta la audiencia, pasando por nosotros mismos. Creo firmemente que un documental con una posición ética coherente, claramente asumida, será un mejor documental; mejor que otro que pudiera ser formal y técnicamente impecable, pero que no se plantee su responsabilidad ni cuestione cómo puede afectar la vida de los otros.

 

Bibliografía

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