Homenaje a Nicolás Echevarría

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Las Terceras Jornadas de Antropología Visual realizaron en el 2007 un homenaje al maestro Nicolás Echevarría, pionero del documental etnográfico en México.

 

Su producción cinematográfica en el ámbito indígena se remonta a los años setenta, una época en la que nadie había hecho ni le interesaba este tipo de trabajo, y en la que el apoyo institucional era muy escaso. Él mismo se financiaba sus proyectos y muchas veces trabajaba solo, con el equipo de aquel entonces que era muy pesado y complicado de usar, pasando largas temporadas con distintas comunidades indígenas, para conseguir un retrato fílmico tan íntimo como respetuoso de su cultura y vida cotidiana. Sus documentales Niño Fidencio, María Sabina, Poetas campesinos y Teshuinada, por mencionar sólo algunos, se han convertido en grandes clásicos del cine etnográfico mexicano.

Nos acompañaron un grupo de invitados tan distinguidos, amigos y colaboradores de Nicolás Echevarría que han trabajado y conocen de cerca su obra y su trayectoria: Juan Villoro, Guillermo Sheridan, Mario Lavista y el propio Nicolás Echevarría.

La idea de esta sesión era reflexionar sobre la importancia del trabajo de Echevarría, tratando de desentrañar sus motivos y su proceso creativo. La dinámica era la de una conversación libre y relajada entre amigos, intercalada con la proyección de varios fragmentos de las películas más representativas de Echevarría, seleccionados por él mismo.

 

 

 


HOMENAJE A NICOLÁS ECHEVARRÍA

Isabel Cabrera

Isabel Cabrera, filósofa de la religión, presentó dos documentales que proyectamos completos este día: Niño Fidencio y María Sabina. El comentario de Isabel Cabrera es una reflexión sobre la dimensión religiosa que encierran estos documentales, que pone de manifiesto la veta más antropológica del trabajo de Echevarría y constituye una excelente base para disfrutar y analizar estos dos trabajos.

 

"Quisiera agradecer a los organizadores de este merecido homenaje a Nicolás Echevarría, y en particular a Antonio Zirión, el haberme invitado a participar en él. Dados mis antecedentes -soy profesora de filosofía y me dedico en particular a reflexionar sobre las religiones- lo que me toca es hablar de la religiosidad contenida en los documentales de Nicolás Echevarría y en particular en los dos documentales que ustedes verán hoy mismo: "María Sabina. Mujer Espíritu" y "Niño Fidencio. El taumaturgo de Espinazo". He de advertir a los presentes que de lo que voy a hablar es de la religiosidad contenida en lo que hacen y dicen los personajes que están registrados en los documentales, pero de ninguna manera pretendo atribuir una determinada concepción religiosa al propio Nicolás Echevarría; hago este énfasis porque creo que sus películas no tienen como intención acentuar los aspectos religiosos, a pesar de ser documentos donde una buena parte del tiempo se muestran rituales y ceremonias religiosas. Sabemos -por las entrevistas que acompañan sus documentales en la versión del DVD- que la intención del director-fotógrafo no fue la de juzgar estas prácticas, ni para enaltecerlas ni para condenarlas. Cuando habla de la capacidad de sanación de María Sabina se remite a términos más psicoanalíticos que religiosos, y Echevarría dice respecto al Niño Fidencio -al que, por cierto, considera su mejor documental- que podría haberlo concebido como una crítica demoledora a la religión pero no lo hizo por el profundo respeto que sentía frente a la auténtica desesperación que testimoniaba. El énfasis está pues en aspectos más biográficos en el caso de María Sabina, y más sociales en el caso de Fidencio.

La mirada de Echevarría tiene una rara virtud: logra estar cerca sin inducirnos a la parcialidad, consigue estar dentro como una suerte de testigo que se ha vuelto invisible de tan cercano, y que es doblemente respetuoso, respeta lo que ve: no lo juzga, no lo resume, y también respeta a los que vemos lo que él filma, nos trata como mayores, nos lleva cerca pero exige mirar con atención y paciencia, y lo que nos muestra no está digerido ni es un producto para nuestro entretenimiento, se ofrece un testimonio que refleja una mirada inteligente, sensible y paciente que invita a la reflexión pausada. Sus documentales son más parecidos a un buen ensayo antropológico -con capítulos y disquisiciones puntillosas- que a una película de Hollywood, pero mejor, por eso estamos acá, por eso podemos aprender de sus documentales. ¡Enhorabuena pues Nicolás Echevarría!

Paso pues a una breve reflexión sobre la religiosidad que parece manifestarse en los documentales que veremos y por ende, a analizar la religiosidad que rodea las figuras de María Sabina y el Niño Fidencio. Comencemos resaltando las obvias similitudes entre Sabina y Fidencio: ambos se dedican a curar, son de hecho la chamana y el curandero más famosos de México, y el centro de su poder está en esa capacidad de sanación, es por ella que se les ha sacralizado, se les busca y se les mira como figuras de poder. Por otro lado, ambos son intermediarios, María Sabina de los honguitos, y en Fidencio hay una doble intermediación, él recibe su don "de Dios", "del Cristo", "de la Virgen", y una vez muerto, su espíritu entra en diferentes cuerpos, los materias o cajones -que es como se les llama a los sanadores en el fidencismo- que, a su vez, son intermediarios, son intérpretes de otra voz, tanto Sabina como los fidencistas confiesan tan sólo repetir y hacer lo que oyen dentro de sí. En ambos casos, también, está presente la idea de que reciben este poder porque son castos, están apartados del intercambio carnal. María Sabina insiste mucho en sus entrevistas con Álvaro Estrada que ella no podía tomar hongos mientras estuvo casada porque los hongos son malos si no hay castidad, y respecto a Fidencio se dice justamente que era como un Niño, en sus ademanes y su voz, y era inocente, puro, sin sexualidad.
Un tercer factor común adicional es el sincretismo presente en las ceremonias religiosas, la fusión de símbolos tradicionales cristianos con símbolos y elementos más indígenas, o más rurales y autóctonos. Vemos a María Sabina invocar a algunos santos durante la velada, o llama en un momento dado "Carne de Cristo" a sus honguitos, también vemos un crucifijo y la Virgen de Guadalupe en una suerte de altar en su casa, pero son símbolos que no suplantan ni subsumen las creencias mazatecas sino más bien conviven con ellas de manera pacífica, así se les invoca como se invoca otras imágenes, la del tlacuache, la del Señor del monte, etc. Lo realmente importante son los hongos, y en todo caso "los Seres Principales" que están ahí y que son los que le dan a María Sabina el Libro, la sabiduría y el poder de sanar, de encontrar el mal y expulsarlo. En Fidencio el sincretismo también está presente, las imágenes de cruces y vírgenes conviven con la del Niño aunque en Fidencio hay una cierta búsqueda de suplantación, Fidencio en la aureola de la Virgen de Guadalupe, la cara de Fidencio en vez de la de Cristo cargando la cruz, etc; de hecho se dice que a Fidencio le gustaba el teatro e interpretaba frente a sus seguidores La Pasión, también se dice que posaba para las fotos. De cualquier manera, ninguno de ambos fue considerado por la Iglesia católica circundante como una amenaza. Fidencio recibió más atención estatal con la visita de Calles, pero son fenómenos que presentan una autonomía frente a la Iglesia y frente al Estado, florecen a un lado.
Un cuarto punto en común es que en las ceremonias hay uso de ciertas conductas repetitivas, así como la vocalización de oraciones o mantras. Tanto los curanderos fidencistas como María Sabina hacen uso de la danza, los cantos y la música de percusiones (que en el caso de sabina son las palmas). El último rasgo en común -pero no por último, menos importante- es la extrema pobreza que rodea a ambas figuras. Sabemos que la fama nunca sacó a la chamana mazateca de la miseria y vemos en las ceremonias de los fidencistas huellas del más extremo desamparo.

Pero las diferencias son más interesantes quizá que las coincidencias. La primera y la más obvia es que en su documental sobre María Sabina, Echevarría, además de registrar las veladas, sigue al personaje en contextos íntimos y familiares; mientras que el del Niño Fidencio registra celebraciones públicas; a raíz de esto, el primer documental tiene una gran naturalidad, mientras que el segundo está cargado de teatralidad. María Sabina está abocada a la cotidianeidad: dar de comer a las gallinas, dejarse peinar por sus nietas, barrer, juntar leña, mientras que en el Niño Fidencio hay un gusto por lo extraordinario, por el disfraz, la ocasión de excepción. María Sabina es una mujer común y corriente que se vuelve paulatinamente entrañable, Fidencio es un personaje afectado que genera cierta repulsión. Otras diferencias también son obvias: en María Sabina se usan alucinógenos para curar mientras que los métodos que vemos en Fidencio y los fidencistas son más variados y extravagantes: se sumerge al enfermo repetidas veces en una poza, se le columpia, se le baila, se le habla. Otra distancia obvia es el espiritismo que acompaña a Fidencio y que está ausente en la chamana mazateca.
De cualquier manera, la diferencia más acuciante es, a mi juicio, y con ella termino esta disquisición, es que en Fidencio hay una tristeza profunda, la miseria del paisaje, la desesperación en las caras, el inútil fanatismo que desfila frente a nuestros ojos nos llevan irremediablemente a la compasión y a la indignación, Fidencio parece -como dice un amigo mío- el ISSSTE de los más miserables, el único recurso que les ofrece su pobreza e ignorancia. Porque lo quiera o no Echevarría, Fidencio es también un reflejo del fanatismo y la ceguera religiosas. Además hay en él un cultivo del dolor y una cierta recreación en el dolor: vemos a muchos peregrinos llegar de rodillas, o rodando, se les golpea, se les sumerge en el charco al que llaman "la poza sagrada"; el dolorismo salta y la cuestión se vuelve no sólo trágica, sino además indignante. En efecto, Fidencio es a mi juicio el mejor de los documentales que he visto de Echevarría, pero he de confesar que hay partes de él que no me gustaría volver a ver, porque duelen.
Respecto a María Sabina la cosa cambia mucho, hay miseria y una vida de dolor detrás, hay ignorancia y violencia pero no hay ningún regusto en ello, el sufrimiento es el enemigo y no posee valor, ni purgativo ni redentor, de hecho es el mal que los honguitos ayudan a encontrar y extirpar. Los procesos de sanación en María Sabina son más íntimos y, como dice Echevarría en la entrevista, se asemejan más a sesiones de psicoanálisis o psicodrama donde se ayuda a verbalizar el dolor, a reconocerlo y a expulsarlo. Esta diferencia en la actitud hacia el dolor que repugna en Fidencio, genera complicidad en María Sabina y aunque María Sabina no sea su mejor documental, sí es quizá el más entrañable."