"Dos caras de un personaje: la ciudad de México". Homenaje a Monsiváis.

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Como un homernaje a Carlos Monsiváis, la Fundación Héctor García presenta un evento doble:

EXPO DE FOTO: “Dos caras de un personaje: la Ciudad de México” de Ernesto Ramírez

Muestra integrada por veinte fotos de gran formato cuya temática se centra en dos territorios emblemáticos de la urbe: las azoteas y la calle. Estos dos temas iniciados en 2005, son presentados ahora juntos con la finalidad de abrir un espacio de reflexión sobre esta megaurbe que habitamos. En la inauguración participan: Laura González (investigadora), Fernando Rivera Calderón (periodista/músico), Enrique Villaseñor (arquitecto/fotógrafo), María García (directora de la Fundación Héctor García) y Ernesto Ramírez (fotógrafo expositor).

 

MESA REDONDA: "La ciudad en partes"

“La ciudad en partes”, que tendrá lugar posteriormente (el 3 de septiembre a las 19:30 horas), y que tomará al DF como materia de estudio y lo diseccionará para que podamos verlo desde múltiples miradas. Con la participación de: Fabrizio Mejía Madrid (Periodista y cronista urbano), Jorge Legorreta (Arquitecto e investigador) y Antonio Zirión (Antropólogo visual). Moderador: Enrique Villaseñor (Fotógrafo-arquitecto).


De crónica y poética: la ciudad de México de Carlos Monsiváis y Ernesto Ramírez

Laura González Flores

Reflexión comparativa entre las crónicas escritas y fotográficas de Carlos Monsiváis y Ernesto Ramírez Bautista, quienes encuentran en el espacio urbano motivos para describir, interpretar y conocer la ciudad mediante el recurso imaginario. La mirada no se cierne en aquello que pudiera asociarse con la grandeza  de la ciudad sino con lo pequeño, inferior y aparentemente intrascendente que, en cambio, se relaciona con los rituales cotidianos de la cultura popular. Es la ciudad espejo, reflejo, basura, happening y simulacro, cuyo sentido se comprende sólo en el nivel imaginario.

Hoy estamos reunidos aquí en torno a la memoria de Carlos Monsiváis y la fotografía de Ernesto Ramírez. Y, como tema que los vincula, la ciudad de México. ¿Cómo describir esa metrópolis inmensa, una realidad compleja y heterogénea, un espacio definible pero indeterminable, que ya en los años cincuenta dejó de ser la ciudad de México para convertirse en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México?  Ambos, Monsiváis y Ramírez, han mostrado una vocación certera de apropiarse de la ciudad como tema de su trabajo. En el caso de Monsiváis, la pasión por la ciudad fue tal que Adolfo Castañón llegó a describirlo como “un hombre llamado ciudad”.(1)

En su pasión por la ciudad, el escritor y el fotógrafo siguen a los cronistas anteriores a ellos en un proceso particular: convertir la urbe en imágenes. Sean históricas, narrativas, poéticas o fotográficas, ambos encuentran en el espacio urbano motivos para describir, interpretar y conocer la ciudad mediante el recurso imaginario.  Y justamente aquí, en este punto, es donde coinciden o discrepan con otros cronistas de la ciudad.

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Ernesto Ramírez.

 

Salvador Novo, por ejemplo, sigue a Bernardo de Balbuena y toma el famoso inicio de la Grandeza mexicana como guía para su recorrido descriptivo de la famosa México el asiento. Como Balbuena, va describiendo en  un primer capítulo, el origen y grandeza de los edificios, en un segundo,  lo que atañe a los caballos, calles, trato, cumplimiento, en un tercero, las letras virtudes, variedad de oficios,  y así sucesivamente.  Publicada en 1954, La nueva grandeza mexicana de Novo constituye una obra clave de una épica culminante, positiva, de la ciudad de México.(2) Re-editada en 1967 con una impresionante serie de fotografías de Héctor García, la Nueva grandeza reitera una perspectiva optimista y desarrollista de la ciudad y sus habitantes: en las imágenes vemos vías rápidas, rascacielos, unidades habitacionales o estacionamientos públicos convertidos en motivos gráficos tan armónicos como dinámicos.(3)


Publicada esta obra un año antes de la masacre de Tlalteloco, la Nueva grandeza podría constituir un última elegía a la ciudad real, incontenible e intratable que tocará a Monsiváis y, más tarde, a Ramírez. En ellos, la utopía humanista se ha esfumado. Y, en cambio, ha aparecido una visión atomizada y fragmentada de una ciudad post-apocalíptica. La nota roja, el cine, el caos en Monsiváis. Las azoteas, alcantarillas y cables en Ramírez. En definitiva: ambos construyen una imagen de la ciudad a partir de sus baches.

 

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Ernesto Ramírez.

La ciudad de Monsiváis y Ramírez es la urbe del pedazo: el trozo de realidad que adquiere sentido en lo particular, singular, mínimo o ínfimo.  La mirada no se cierne en aquello que pudiera asociarse con la grandeza de la ciudad sino con lo pequeño, inferior y aparentemente intrascendente que, en cambio, se relaciona con los rituales cotidianos de la cultura popular. No es la ciudad-maqueta, sino la ciudad espejo, reflejo, basura, happening. No es el signo del bienestar, sino el de simplemente estar: como en una foto de Ramírez, los habitantes de la ciudad simplemente estamos en el borde de una azotea. Los ciudadanos somos unos elementos simples y banales susceptibles a ser transformados en algo significativo por una disposición amorosa. Así sucede con la Constelación de concreto: una huella estética legada por un creador anónimo que deja su mensaje en una botella en el mar de asfalto de la ciudad. O unos tenis enrollados en unos cables: un gesto singular que acaba por constituirse en una marca en el espacio social.

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Constelación de Concreto. Ernesto Ramírez.

 

Y llegamos a lo social: un valor compartido por Monsiváis y Ramírez en su visión crítica de la urbe. El valor de lo común a muchos no es el discurso apologético y abstracto del discurso político, populista y desarrollista: es la ciudad basura, la que se cae a pedazos sola o por efecto de sismos, y que los ciudadanos tenemos que reconstruir. Algunos lo hacen a través de la sátira y la risa (Monsiváis diría, a través de los rituales), y otros, mediante la intervención poética. En una de sus fotos, Obra antigua, de 2005, Ernesto Ramírez muestra un edificio de arquitectura renacentista porfiriana a punto de caerse. De la grandeza del edificio no queda sino la fachada, apuntalada con una estructura metálica. Estoy a punto de caerme, parece decirnos. Pero Ramírez no dice sólo eso: lo que parece decir el edificio. En su imagen, la fragilísima construcción está literalmente encuadrada por un marco de madera que, según vemos en la sombra viñeteada de su fotografía, está sostenida por un ciudadano anónimo: la foto es, pues, un doble encuadre de un edificio fachada y simulacro.


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Obra Antigua. Ernesto Ramírez.

 

La prosperidad urbana, parecen decirnos Monsiváis y Ramírez, no es aquella de la cultura material y burguesa subyacente al discurso desarrollista de la dictadura de partido. Es el espíritu que se eleva sobre sus restos: los fragmentos arqueológicos de algo que alguna vez se mostró fuerte e íntegro (el anuncio de Canadá sobre Insurgentes) y de los que hoy sólo queda la memoria.


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Ernesto Ramírez.

 

De ahí el valor de la crónica: sea escrita o fotográfica, el relato sobre la ciudad reaviva su memoria. Más que un ente real, la ciudad es un espectro, un simulacro, cuyo sentido se comprende sólo en el nivel imaginario. Desde trincheras particulares —en el caso de Ramírez, las azoteas—, los cronistas imprimen un efecto revitalizador a la urbe. En sus narraciones asoman los signos dispersos del pastiche en el que se ha convertido la ciudad: un telón de fondo fragmentario y heterogéneo, tejido en base a expresiones y sentires populares.  Un espacio complejo y contradictorio que se vuelve visible y comprensible en la ubicua realidad de sus cables, baches, grafittis, pinturas, coladeras y suelos asfaltados. Y en la poética que los atrevidos cronistas como Ernesto Ramírez van construyendo día a día para nosotros.

México, agosto de 2010

Notas.

1. Adolfo Castañon, “Un hombre llamado ciudad”, Vuelta, n. 62, 19 de junio de 1990, pp. 19 – 22.
2. cfr. Salvador Novo, Nueva grandeza mexicana. Ensayo sobre la ciudad de México y sus alrededores, México, Hermes, 1946.
3. cfr. Salvador Novo, Nueva grandeza mexicana, fotografías de Héctor García, México, Pemex, 1967.

 

 


La Ciudad de México desde la antropología urbana y la antropología visual

Dr. Antonio Zirión (Jornadas de Antropología Visual)


No cabe duda de que la Ciudad de México es una de las ciudades más estudiadas del mundo pero también una de las más incomprendidas. Desde hace varios años es común la sensación de que nuestra megalópolis rebasa nuestra comprensión, de que ha cobrado vida propia y se nos escapa de las manos, como una suerte de Frankenstein incontrolable. Pero también resulta un ente fascinante y entrañable, un territorio especial con el que muchos de sus habitantes sentimos un vínculo afectivo muy fuerte. Es una metrópoli “tan inhabitable como inevitable” (como dijo alguna vez  Gonzalo Celorio).

Debido a la enorme complejidad de la ciudad, me parece muy adecuada la propuesta de abordarla por partes, desde distintos ángulos. En esta mesa de reflexión multidisciplinaría, hablaré desde la perspectiva de la antropología, y más precisamente desde la antropología urbana. Pero al tratarse de una exposición fotográfica sobre la ciudad y sus personajes, también hablaré desde el punto de vista de la antropología visual.


Tanto en las fotos de Ramírez como en las crónicas de Monsiváis, así como desde la óptica antropológica, nos encontramos de frente con el concepto de habitar, entendido en términos generales como la relación entre sujetos y espacios, entre las personas y los lugares o el entorno. En este caso, se trata de la relación entre el espacio urbano y los ciudadanos que lo animan. Es importante señalar que desde la perspectiva antropológica, no nos interesa tanto la ciudad material o los edificios físicamente, nos interesa sobre todo la cultura urbana y las diferentes formas de relacionarnos, de apropiarnos, de significar y de habitar los espacios urbanos. Las relaciones que se entablan entre las personas y el espacio están mediadas por la cultura, son una actividad cultural primordial, acaso la expresión más elemental de la cultura. El habitar es una experiencia que se presenta en una enorme diversidad de formas y adquiere numerosos significados a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo.

 

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Ernesto Ramírez.

 

Es importante señalar que esta cultura urbana se transforma constantemente, se construye y se reconstruye sin cesar. Hay una indiscutible correlación entre las formas físicas y las propiedades materiales de los espacios urbanos y las formas sociales o determinados patrones de cultura urbana. Se trata de una relación de plasticidad mutua, de influencias recíprocas. El habitar puede entenderse, entonces, como una respuesta adaptativa recíproca entre espacios y sujetos, como un diálogo o una retroalimentación entre el hombre y su entorno. El hombre hace y transforma el espacio pero el espacio también hace y transforma al hombre. Los seres humanos construyen sus ciudades, pero éstas al mismo tiempo marcan significativamente nuestras vidas y nos constriñen a actuar de cierta forma.

Como bien sugiere el título de la exposición de Ernesto Ramírez, la ciudad de México debe abordarse como un personaje y no como un simple escenario o telón de fondo en el que se desarrolla la vida humana. La foto del edificio enmarcado casualmente por un transeúnte anónimo parece recordarnos que la ciudad es un actor que se impone y ejerce una seria influencia sobre la vida de sus habitantes.


Desde hace varios años nuestro personaje, la Ciudad de México, como muchas otras urbes del mundo, está atravesando por un boom constructivo. La ciudad siempre está en pleno proceso de transformación. Desde la reparación de un bache hasta la monumental obra del Segundo Piso del Periférico, el panorama urbano contemporáneo se caracteriza por estar siempre en construcción. Es importante reconocer la enorme importancia de esta perpetua transformación del espacio para entender la configuración y la dinámica de la ciudad y la cultura urbana. Desde la perspectiva antropológica es muy importante reflexionar sobre la metamorfosis del espacio urbano, analizando sobre todo su significado social y cultural.


Desde el punto de vista arquitectónico y urbanístico, algunas zonas de la metrópoli, sobre todo la ciudad central, pueden leerse como un palimpsesto o apreciarse como un collage. Nos encontramos con un paisaje lleno de parches, cicatrices y convivencias azarosas de elementos de distintas épocas o etapas constructivas (encontramos ejemplos muy claros en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco o en la Roma para el caso del siglo XX). Este mosaico inmobiliario puede rastrearse en algunas de las imágenes panorámicas que integran esta exposición, captadas desde las azoteas de distintos edificios de la ciudad, como la foto en la que la Estatua de la Libertad convive con un nopal.
Podríamos decir que las fotos de Ernesto Ramírez nos remiten tanto al paisaje real, palpable, observable, pero también a las topografías o cartografías subjetivas, a las rutas y los mapas mentales; son imágenes con las que podría ilustrarse un atlas imaginario de la ciudad de México. Otras fotografías, como la del “Tlacuilo de las Américas”, nos recuerdan que la tradición oral y la memoria histórica también residen en los muros y grietas de la ciudad, que sin duda guardan historias inimaginables.

 

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Ernesto Ramírez.

 

Las fotografías aquí expuestas nos permiten no solamente mirar sino prácticamente  tocar la ciudad, olerla, escucharla y saborearla. Tal es el caso de imágenes como la de la  cabeza de venado colgando de un árbol o la de la alcantarilla repleta de basura, capaces de transmitir la atmósfera olfativa de aquellos rincones. Esta cualidad de algunas imágenes de generarnos sensaciones más allá de lo meramente visual, nos coloca en el terreno de una nueva vertiente en la teoría antropológica llamada antropología sensorial, que en su cruce con los estudios sobre la ciudad, se interesa por la experiencia multisensorial que nos produce la urbe. Estas nuevas áreas de estudio van muy de la mano con la idea de estética urbana, que estudia no solamente la belleza de los edificios, sino la percepción sensible y el impacto sensorial que nos produce la ciudad.

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Ernesto Ramírez.

 

En este sentido, al contemplar la ciudad podemos reconocer la coexistencia de diversas estéticas urbanas. Por un lado, tenemos la estética de los urbanistas, arquitectos, autoridades de planeación y desarrollo urbano; por otro lado hay cantidad de formas populares, azarosas, anárquicas, a veces sin intención creativa pero que tienen significados muy claros. Pensemos por ejemplo en los baches que son tapados con ramas de un árbol para prevenir al automovilista, las cubetas con cemento y un palo de escoba que apartan un lugar de estacionamiento, los tenis colgados en los cables, o los altares y pequeñas cruces que conviven con el mobiliario urbano, etc. En el repertorio de imágenes que nos ofrece Ernesto Ramírez encontramos varias de estas “instalaciones involuntarias” (como las denomina Francisco Mata), como el cadáver del taxi desmantelado y cubierto con cintas preventivas, que yace indefinidamente en alguna esquina de Río Churubusco.

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Ernesto Ramírez.

 

Desde el punto de vista antropológico es sumamente interesante el hecho de que en el espacio urbano conviven y se traslapan una ciudad rural, aún viva, que nos recuerda la presencia de los pueblos originarios que fundaron nuestra metrópoli, sobre todo en delegaciones como Xochimilco, Tláhuac o Milpa Alta (visible en la foto de la azotea llena de mazorcas), con una ciudad moderna, global, telecomunicada, (visible en la foto de una azotea llena de antenas parabólicas, en la que irrumpe un chavo posmoderno cuyo copete decolorado le cubre medio rostro). Otro contraste que revela el discurso visual de Ramírez es el de la naturaleza cada vez más oprimida por la urbanización voraz, como se puede sentir al ver la foto del tronco de árbol un mutilado y encadenado.

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Ernesto Ramírez.

 

Por otro lado, pero en el mismo tenor, la racionalidad y la informalidad se articulan de un modo muy singular en nuestro paisaje urbano contemporáneo; la planificación y las políticas de desarrollo urbano se encuentran y desencuentran con el mundo informal, con lo que Laura González llamó “los rituales cotidianos de la cultura popular” (que era el dominio predilecto de Monsiváis), como los mercados y los empleos informales, la corrupción y los espacios clandestinos, etc. Esta situación de dramáticos contrastes sociales e hibridaciones interculturales que caracteriza a la Ciudad de México, se traduce en una sofisticada experiencia estética para sus habitantes.


Para poder captar o representar la compleja configuración de nuestra ciudad, tanto en la fotografía urbana como en la antropología urbana, resulta indispensable adoptar una mirada multifocal, capaz de ajustarse a diferentes niveles de observación: micro, meso y macro. Así como la antropología urbana intenta combinar la observación de estudios de caso particulares con la reflexión general sobre los factores macrosociales, Ernesto Ramírez crea una representación de la ciudad en diferentes escalas, a través desde sus calles y azoteas, en formato cuadrado o panorámico, recurriendo a una gran variedad de enfoques, desde la vista panorámica, amplia y abarcante hasta el más mínimo detalle en la banqueta; desde la ciudad que entrevemos a través de las letras que forman la palabra Normandía, hasta la estrella formada con corcholatas en el asfalto.

 

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Ernesto Ramírez.

 

Esto nos remite a una distinción importante en la antropología urbana, entre hacer antropología en la ciudad (es decir, simplemente aplicar las técnicas de investigación en el contexto urbano), y hacer antropología de la ciudad (esto es, pensándola y observándola en toda su complejidad, ubicándola en un contexto más amplio, en diferentes niveles, inserta en una serie de relaciones, múltiples factores, actores diversos, etc. ¿Podríamos distinguir de igual forma entre hacer fotografía en la ciudad y hacer fotografía de la ciudad? Si aceptamos esta idea, me parece que las fotos de Ramírez podrían ubicarse justamente dentro de esta segunda categoría.


Para comenzar a concluir, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones extraídas de una investigación que realicé recientemente sobre las formas en que los albañiles habitan el espacio de la obra que construyen. Muchos de ellos –migrantes temporales de los estados de alrededor de la ciudad- viven en el sitio constructivo durante la semana, habitan la obra mientras trabajan en ella, y solamente los fines de semana regresan a sus casas, muchas veces en un entorno rural. Entonces su cultura del habitar está regida por lo provisional, improvisado, el ingenio y la precariedad, así como una impresionante capacidad de adaptación ante las condiciones hostiles que impone el espacio de la obra.


La relación albañil-obra es particularmente interesantes porque, por un lado, se trata de sujetos especialmente complejos, personajes híbridos entre lo urbano y lo rural, representantes de la cultura popular, forman una población errante de trabajadores marginales o héroes anónimos… y por otro lado, se trata de espacios particularmente inestables, en constante transformación, espacios en construcción. Lo que me interesa resaltar aquí es una analogía que propongo entre la ciudad y la obra, así como entre los albañiles y los capitalinos en general. Estoy convencido de que el estudio las formas en que los albañiles habitan la obra nos puede ayudar a entender mejor nuestras propias formas de relacionarnos con el espacio urbano, nos puede brindar ciertas claves para descifrar nuestra particular cultura del habitar.


Por último, quisiera hacer referencia a una imagen muy común sobre todo en las azoteas de las casas autoconstruidas en las periferias y en la zona oriente de la ciudad. Me refiero a los castillos de varillas que sobresalen del techo, esperando pacientemente la llegada de un piso más. Esta imagen resulta muy reveladora de la idiosincrasia de los capitalinos, del ir “haciendo ciudad” poco a poco, por partes, dejando para mañana lo que no se alcance a hacer hoy. Estas varillas, a veces con una botella de refresco o una “caguama” insertada de cabeza, mejor conocidas como las “varillas de la esperanza”, son una metáfora muy apropiada para representar la cultura urbana contemporánea en la alguna vez denominada “ciudad de la esperanza”.

México, agosto de 2010

 


Escribe Jacob Bañuelos sobre el trabajo de Ramírez:

La obra fotográfica de Ernesto Ramírez integrada en “Dos caras de un personaje: la Ciudad de México”, está forjada bajo la impronta ideológica del creador que ejerce el hallazgo como descubrimiento y que se alimenta de un principio claramente formulado por Picasso en su “Yo no busco, yo encuentro”....

Arqueología urbana (2005-2010), y en Cerca del Cielo (2005-2010) integradas aquí, son síntesis de un discurso fotográfico que propone el ejercicio de una poética documental autobiográfica, sutil, irónica, crítica, con pliegues de ficción-realista, y que renueva el imaginario urbano de la Ciudad de México, para las nuevas y viejas generaciones de habitantes que cada día sueñan, cobijados por el enjambre de sus entrañables, y a veces temibles, calles y azoteas.